Acrópolis
Cuando tuve la oportunidad de viajar a Grecia, iba ilusionado por ver ese gran país, pero sobre todo quería conocer la ciudad de Atenas, esa misma ciudad donde vivieron grandes personajes de los que se estudian en los libros de todo el mundo, como Sófocles, Platón y Aristóteles representantes de la tradición filosófica griega. Ciudad de la que el emperador Adriano, quedó profundamente enamorado e intentó que volviera a su época de esplendor.
Viajaba con una idea en mi mente, de una gran ciudad europea donde se encontraban las raíces de nuestra cultura occidental. Esa idea preconcebida es lo peor que se puede tener a la hora de viajar. El viajero debe tener una mente abierta a lo que se puede encontrar, que no siempre será lo esperado.
Y así llegué al aeropuerto, emocionado y con ganas de vislumbrar la poli que había soñado. Este sueño se fue desmoronando en el recorrido hacía el hotel donde me alojaba. Barriada tras barriada de casas que me parecían iguales, ocupaban todo el terreno. ¿Dónde se encontraba esa hermosa ciudad que había conquistado el corazón de tantos viajeros en el pasado?
Una vez en la propia ciudad, la situación no mejoró. La sensación de suciedad es inexplicable con basura amontonada en las calles, gente vendiendo videos pornográficos, y gente con un aspecto más turco que el griego que yo tenía en la cabeza. No se puede olvidar que el país estuvo dominado durante muchos años bajo el yugo del sultán que residía en Estambul.
Con ese mal sabor de boca inicial, tras dejar las maletas en el hotel, me dirigí, con el Sol ya puesto, a ver la zona donde se haya la Acrópolis, para tener un primer contacto inicial con el lugar. Y ocurrió. Todo lo que había echado en falta, esa decepción inicial se esfumó de un plumazo al contemplarla iluminada bajo el cielo nocturno con las estrellas por testigo.
Me quedé sin aliento. Tanta belleza en un lugar. Los templos levantados en la época de Pericles lucían espléndidos bajo la luz de los focos. El Partenón, el Erecteion, los Propileos… Hasta el Odeón de Herodes Ático deslumbraba aquella noche. No podía esperar al día siguiente a contemplar aquel lugar a la luz del día, y poder estar a la sombra de aquellas construcciones que tanto renombre tienen en nuestra cultura.
Y durante el día, seguían siendo impresionantes. ¿Cómo el ser humano había sido capaz de levantar algo tan hermoso? Todo ese mármol labrado, ver las Cariatides, aunque las que se encuentran en el lugar sean reproducciones, vigilando el lugar dónde según el mito Poseidón hizo brotar un manantial de agua, mientras Atenea hizo crecer un olivo, ganándose de esta forma el corazón de los ciudadanos que nombraron a su ciudad en su honor nombrándola advocación principal de la misma.
Tras vagabundear por las ruinas, completamente embobado, sólo lamentaba no poder contemplar los frisos que se alzaban en el Partenón en la antigüedad, para poder tener una imagen más cercana de lo que había sido el templo. Tendría que esperar diez años para contemplarlos en el Museo Británico, y si allí me causaron una gran impresión, ¿qué hubiera sido poder verlos a los pies del templo al que estaban destinados?