La joya eslovaca: Bratislava
Cuando planeamos nuestro viaje pasando por las maravillosas Roma y Viena, ciudades cargadas de historia y belleza arquitectónica, no esperábamos terminar en una visita de un día a la capital eslovaca, Bratislava. Sin embargo, ¡bendito el momento en que decidimos visitarla!
Bratislava es una ciudad pequeña, con un casco histórico cargado de vida e historia, con sus calles adoquinadas y edificios bajos de diversos colores, tranquila y apacible, con el castillo coronando la colina, supone sin duda, una joya europea a explorar. Desde Viena es sencillo llegar a ella, tras 50 minutos de autobús a un precio más que razonable (entorno a los 8-10€ el viaje con Slovak Lines o Flixbus y horarios prácticamente cada hora), con lo cual, ¿por qué no aprovechar?
Llegas a la parada de autobuses, y ves como próxima a ella se abre una entrada a la ciudad vieja y rápidamente llegas a la Puerta de San Miguel, caminando entre calles pedregosas, unos edificios que esconden maravillosos patios con locales para tomar café y abstraerse de la realidad. Y sigues caminando, te adentras más y más, rodeado del murmullo de gente, y llegas a la Plaza del Ayuntamiento Viejo, donde en ocasiones instalan un mercadillo de artesanía popular en el que puedes comprar imanes, textil, un poco de todo aquello que te recuerde que has estado en esta maravillosa ciudad, o en cuya torre puedes sumergirte para ver desde lo alto las vistas de la plaza. Vas recorriendo un casco antiguo donde te encuentras numerosas esculturas, desde el famoso Cumil (o “man at work”) que sale de una alcantarilla y con el que todos nos queremos fotografiar hasta la saciedad, hasta el gracioso Schöne Naci que parece querer poner un sombrero en tu cabezota…y sigues paseando, mientras buscas como llegar a ese castillo en la alta colina.
Subes esa colina tortuosa, llena también de aceras y pavimento pedregoso, y llegas, sin darte cuenta al Castillo de Bratislava, una fortaleza que mantiene su blancura, rodeada de unos jardines con esculturas en piedra impresionantes, y un cuidado floral que enamora a los sentidos. Desde allí, encuentras unas vistas preciosas al imponente Danubio, que pasa por la ciudad, al igual que por muchas otras maravillas centroeuropeas, ves sus puentes, el trajín de gente…
Muchos cinéfilos, o gore cinéfilos he de puntualizar, recorremos esta ciudad y nos sentimos protagonistas de una película de terror, y es que Hostel, quizás para muchos desconocida, tuvo gran parte de sus escenarios en calles ruinosas de la capital eslovaca, hecho por el cual, tras el estreno de la película, el turismo en esta ciudad se vio afectado. Aún así, vas recorriendo cada centímetro del sitio, y te embriagas de todo menos de miedo. Y decides continuar, porque es una maravilla, hay cada rinconcito digno de ver, algunos más azotados por la precariedad de su mantenimiento, otros llenos de una arquitectura modernista digna de admirar. Recorres las murallas, y acabas delante de una bonita catedral, no es ostentosa, quizás ni siquiera cumple los cánones de iglesias llamativas, pero incluso la austeridad de alguno de sus decorados supone algo bonito de ver, y es la Catedral de San Martín, en una esquinita de la ciudad y sin llamar la atención, incitándote a entrar y esperar allí unos minutos contemplativos.
Nosotros terminamos enamorándonos cuando yendo por el casco histórico, en pleno mes de Agosto, nos encontramos con un barullo de gente, entre tiendas artesanas y locales, como bien os dijimos, llegamos a una placita donde unos locales estaban haciendo música en directo, mientras nosotros atónitos, con nuestras cervezas y refrescos en mano, sentados en unas escaleras de la zona y rodeados de gente, nos encontramos admirando ese espectáculo musical, esa forma de deleitarnos con sus notas, viendo tiernamente como el día se acababa.