Viaje interior, recorriendo el mundo gracias a los libros
Leí el otro día un artículo de El País, sobre los viajes interiores que uno puede hacer a través de los libros. Es una buena reflexión en estos días que estamos forzados a quedarnos entre cuatro paredes, por culpa del coronavirus, y contentarnos con viajar hasta el supermercado más cercano para hacer la compra. Este escrito me hizo reflexionar sobre los viajes que había realizado yo en mi trayectoria vital como lector asiduo.
He visto crecer a Ayla, la niña homo sapiens sapiens que creció en un clan de neandertales, recorrer la Europa prehistórica hasta Francia de la mano de Jean Marie Auel. Esa Europa salvaje donde aún vivían especies que sólo podemos ver en museos naturales como el mamut, el rinoceronte lanudo, el megaceros o el famoso tigre dientes de sable.
He estado ante las puertas de Ilión, viendo como Aquiles, el de los pies ligeros, se batía en duelo mortal con Héctor, bajo la mirada de los dioses. Mientras tanto Odiseo pergeñaba su plan para tomar la irreductible Troya, tratando de que la larga guerra pronto terminara para volver a su hogar, sin saber que se pasaría años vagabundeando por el mar hasta ver su sueño cumplido.
Vi nacer a Roma y convertirse en uno de los mayores imperios conocidos. Luché tanto con Anibal de la mano de Gisbert Haefs, como su rival Publio Cornelio Escipión el africano con Santiago Posteguillo, recorriendo la geografía de Hispania y de la península itálica, pasando por la llanura de Zama a las puertas de la orgullosa Cartago.
Me enamoré de Tierra Santa, donde tantos han muerto por la promesa de la tierra prometida y un lugar en el cielo cristiano o musulmán. Velé en el templo junto con Hugo de Payns y sus compañeros, fundadores de la Orden del Temple y seguí el devenir de la Orden hasta su disolución con Jacques de Molais lanzando su maldición en Paris.
Construí catedrales en el viejo Kingsbridge, elevándose cara el cielo para mayor gloria de Dios. Visité las catedrales góticas francesas de la mano de Javier Sierra, aprendiendo los mensajes ocultos que nos dejaron sus construcciones.
Sufrí en un cubículo con Ana Frank el terror y el miedo que se puede tener cuando se es perseguido hasta el exterminio. Mismo terror que me provocó el campo de concentración donde un niño con un pijama rayado terminó sus días.
Tantas historias, tantos lugares visitados que me es imposible plasmar todos. Nuestra imaginación es poderosa y puede construir cualquier cosa y permitirnos pasear por ciudades que nunca existieron como Minas Tirith, o planetas futuristas donde los viajes interplanetarios son lo normal y donde existen Fundaciones con secretos por descubrir.
Ante la imposibilidad de viajar de estos días, recordad que en nuestra cabeza se encuentra la mejor herramienta para conseguir salir de estas cuatro paredes que llamamos casa, y seguir disfrutando de nuestra pasión, que es el viajar.